A pocos días de las elecciones presidenciales del 17 de agosto, los favoritos para la presidencia de Bolivia son el empresario y exministro Samuel Doria Medina y el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga.

Según la más reciente encuesta de Ipsos-Ciesmori para nuestro canal aliado Unitel, Doria Medina, de la coalición Alianza Unidad, lidera la intención de voto con un 21.2%. Le sigue de cerca Quiroga, candidato de centro-derecha por Libertad y Democracia, con un 20%. Dada la escasa diferencia y que ninguno se acerca al umbral para ganar en primera vuelta, el país se perfila hacia un balotaje entre ambos el 19 de octubre.

Sin embargo, el dato más revelador de la encuesta es el descontento ciudadano: un masivo 33.1% del electorado se reparte entre indecisos (13.3%), votos en blanco (5.2%) y nulos (14.6%). Este bloque de incertidumbre es, en la práctica, la primera fuerza política del país, superando a cualquiera de los candidatos y convirtiéndose en el factor clave que definirá la elección.

Los dos punteros de la centro-derecha

A pocos días de que los bolivianos acudan a las urnas, la carrera presidencial parece estar dominada por dos figuras veteranas de la política nacional, ambas de tendencia centro-derechista.

La encuesta de Ipsos-Ciesmori, sitúa a Samuel Doria Medina a la cabeza con un 21.2%. Conocido por su trayectoria como empresario cementero y por haber sido ministro de Planificación, Doria Medina ha capitalizado el descontento con la crisis económica actual.

Justo detrás de él, con un 20%, se encuentra Jorge “Tuto” Quiroga, quien ya ocupó la presidencia del país entre 2001 y 2002. La sólida posición de ambos candidatos refleja un claro giro del electorado hacia la oposición, buscando una alternativa a la década y media de gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS).

La izquierda fracturada y un oficialismo en caída libre

El principal factor que explica el ascenso de la derecha es la implosión del partido gobernante. El Movimiento Al Socialismo (MAS) llega a esta elección profundamente dividido por la pugna de poder entre el presidente saliente, Luis Arce, y el exmandatario Evo Morales.

Esta fractura ha dejado a sus candidatos a la deriva. El mejor posicionado, Andrónico Rodríguez, quien representa al ala “evista” pero se ha distanciado del expresidente, apenas alcanza un 5.5% en la encuesta. Aún peor es el resultado del candidato del oficialismo “arcista”, el exministro Eduardo del Castillo, quien se desploma hasta un 1.5%. La situación se agravó para el MAS cuando el Tribunal Constitucional inhabilitó a Evo Morales para postularse nuevamente, citando la prohibición de reelecciones indefinidas, lo que terminó por romper cualquier posibilidad de un frente de izquierda unificado.

Las reglas del balotaje

La ley electoral boliviana es estricta para declarar un ganador en la primera vuelta. Un candidato necesita obtener más del 50% de los votos, o conseguir un mínimo del 40% con una diferencia de al menos 10 puntos porcentuales sobre el segundo lugar. Los números de la encuesta de Ipsos-Ciesmori dejan claro que, a día de hoy, ninguno de los punteros está ni remotamente cerca de cumplir con esos requisitos.

Doria Medina, con su 21.2%, está muy lejos del umbral, y su ventaja sobre Quiroga es de apenas 1.2 puntos. Por tanto, salvo una sorpresa mayúscula el 17 de agosto, todo indica que Bolivia deberá volver a las urnas el 19 de octubre para un balotaje que se definirá entre los dos candidatos de la centro-derecha.

La primera fuerza política: el desencanto

Más allá de los nombres y los porcentajes, el actor principal de esta elección es el desencanto ciudadano. Si se suman los votos indecisos (13.3%), los que planean votar en blanco (5.2%) y los que anularán su voto (14.6%), se obtiene un bloque masivo del 33.1%.

Este “partido del hartazgo” es, en la práctica, la primera fuerza política de Bolivia, superando con creces el apoyo de Doria Medina y Quiroga. Este dato revela una profunda crisis de representación y una desconfianza generalizada hacia toda la oferta electoral.

Los candidatos no solo compiten entre sí, sino contra un muro de apatía. Quien logre movilizar a una fracción de este electorado silencioso en los últimos días de campaña podría no solo asegurar su paso a la segunda vuelta, sino también alterar por completo el panorama político que hoy parece definido.