La amnesia y la falsificación histórica son los cimientos de cualquier tiranía. En México, por décadas nos han “educado” a creer que seríamos una potencia mundial si tan sólo los españoles, los gringos o “los conservadores” no hubieran metido sus manos.
Pero la verdad es otra: la libertad para ser prósperos no nos la arrebató ningún conquistador extranjero, sino nuestro propio gobierno. Es el gobierno el que pone trabas, ahoga el talento y destruye la riqueza. Es el gobierno —y su sistema educativo— quienes nos manipulan con una narrativa centrada en el trauma de la conquista y en fantasmas inventados.
Esa narrativa ha sido tergiversada para moldear el inconsciente y la idiosincrasia de los mexicanos, determinando en gran medida nuestras ideas de riqueza, pobreza y libertad. Y ahí está la clave: la libertad y la prosperidad comienzan en la mente. Quien es pobre en la mente está condenado a no ser libre. La historia que nos contamos de nosotros mismos puede hundirnos en la pobreza o abrirnos a la grandeza.
Nos hicieron creer que la riqueza es un estado, no un proceso. Que por tener oro o petróleo “debíamos ser ricos”. Y que el empresario no crea riqueza, sino que la roba a los pobres. Un simplismo ridículo, repetido por gobiernos populistas hasta el cansancio.
La realidad es que México nunca ha tenido un verdadero capitalismo liberal, y el empresario nunca ha sido enemigo del pueblo. Pero las narrativas de conflicto del populismo se mezclan bien con el trauma de la conquista, sometiendo la mente nacional durante más de un siglo.
¿La historia es destino… o el carácter lo es? Esa es la pregunta que México y el mundo deben responder. Porque una nación atrapada en sus traumas nunca será libre ni próspera. Hoy más que nunca necesitamos una nueva visión histórica que nos proyecte hacia la innovación, el crecimiento y la riqueza.