¿Podemos vivir en libertad si no conocemos el verdadero significado de la libertad? Esta pregunta es el primer paso para adentrarnos en uno de los misterios más profundos del mexicano: la incapacidad histórica de construir una concepción real de lo que significa ser libres. Desde antes de la Conquista, esa ausencia nos ha llevado a confundir la libertad con el libertinaje, y en el camino hemos evitado formar verdaderos ciudadanos.
¿Cuál es la diferencia entre libertad y libertinaje? La libertad implica asumir la responsabilidad de todos los aspectos de nuestra vida y aceptar las consecuencias de nuestros actos. El libertinaje, en cambio, es desenfreno, inmadurez y egoísmo; es agresividad y ausencia de respeto hacia los demás.
Somos la historia que nos contamos de nosotros mismos. Y durante más de un siglo, la narrativa oficial ha sido la de una historia posrevolucionaria de corte marxista, cimentada en el conflicto. El sistema educativo de los gobiernos emanados de la Revolución —desde el PRI hasta Morena— sembró en la mente de los mexicanos un pasado construido sobre mitos: la conquista como saqueo, la nación como víctima perpetua, la sociedad dividida entre explotadores y explotados.
No hay paz en ningún lugar de la mente ni en la historia mexicana, porque la versión oficial que se convirtió en verdad nos somete desde lo más profundo. Es la visión del mundo de la revolución la que nos hace libertinos. Es la visión de los vencidos donde el mundo me lo debe todo, donde el conquistado necesita ser reivindicado. Es la narrativa del justiciero y el vengador, o del presidente como el paladín del pueblo…, y el pueblo que todo tiene justificado porque busca justicia histórica.
Así, nuestra narrativa nacional está basada en la rabia, el enojo y la frustración. Pero una historia contada desde la furia no supera el conflicto: lo eterniza. Y al no saber usar nuestra libertad para construir, optamos una y otra vez por glorificar la destrucción. Eso no es libertad. Eso es libertinaje.