Hace unos años, 98 para ser exactos, el filósofo Carl Schmitt publicó el libro “Der Begriff des Politischen” (1927), que por su traducción del alemán se entiende simple y llanamente como “El Concepto de lo Político”.
En este documento, que no excede las 150 páginas, el teórico germánico explicó que “lo político” sólo puede entenderse a partir de la relación amigo-enemigo.
Una relación que, para efectos generales y pedagógicos, se explica sencillamente en la siguiente oración: le hago el bien a mis amigos y le hago el mal a mis enemigos. Ni más ni menos.
Esta breve exploración de las “cosas políticas” levantó el interés de muchos especialistas a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado: filósofos, politólogos, sociólogos, etcétera.
Uno de ellos fue el filósofo francés Jacques Derrida (1930 - 2004), quien en 1994 elaboró una contestación al “Concepto de lo Político” de Carl Schmitt en un libro al que tituló: “Políticas de la amistad”.
A grandes rasgos, entre muchas cosas interesantes, Derrida analizó la función del enemigo en la construcción de “lo político”, como cito a continuación:
Al perder al enemigo se habría perdido simplemente lo político mismo, y éste sería el horizonte de nuestro siglo tras las dos guerras mundiales. ¡Cuántos ejemplos no podrían darse hoy de esa desorientación del campo político allí donde el enemigo principal no parece ya identificable! La invención del enemigo, ésta es la urgencia y la angustia, es esto lo que habría que lograr, en suma, para re-politizar, para poner fin a la despolitización; y allí donde el enemigo principal, allí donde el adversario «estructurante» parece inencontrable, allí donde deja de ser identificable, y en consecuencia fiable, la misma fobia proyecta una multiplicidad móvil de enemigos potenciales, sustituibles, metonímicos y secretamente aliados” (Derrida, 1998, P. 103).
Y aquí es donde la-puerca-tuerce-el-rabo porque la llegada de Donald Trump a su segunda administración en presidencia de los Estados Unidos cayó “como anillo al dedo” para un México urgido de “responsables” o, mejor dicho, de nuevos “enemigos”.
¿Cuántas veces no hemos escuchado que responsabilizar al pasado se estaba agotando? ¿Que ya no es suficiente culpar al PRIAN, Calderón o García Luna? Más de uno hemos escuchado el reclamo popular de “que ya se pongan a trabajar”.
Entonces, lejos de ser una tragedia para México, Trump puede ser la válvula de alivio para un gobierno rebasado: el enemigo perfecto.
Y si no me creen, dense una vuelta por lo que dice su diario de confianza sobre Sinaloa, Guanajuato y Guerrero; o pregúntele a sus vecinos cómo van las cosas… todo puede quedar en el olvido gracias a Donald Trump, al menos un par de años.
En fin, el PRI enemistó más.