La espera terminó. No con el abrazo anhelado en la Central de Autobuses de Puebla (CAPU), sino en el silencio de una plancha forense. La Fiscalía General del Estado ha confirmado que los restos de María de Jesús Mundo, conocida con cariño como “Doña Mary”, finalmente ha sido reclamado por su familia.
Su historia, un doloroso testimonio de esperanza y abandono, conmovió a los miles de viajeros y trabajadores que la vieron envejecer durante al menos tres años en la terminal, aferrada a la promesa de un regreso que nunca llegó en vida. Ahora, la familia que tanto esperó, o por lo menos una parte, apareció tras su muerte.
¿Quién era Doña Mary, la abuelita que quedó abandonada en la Central de Autobuses de Puebla?
Para muchos, “Doña Mary” era parte del paisaje de la CAPU. Una figura frágil de 79 años que hizo de una banca su hogar, de unos cartones su cama y de la esperanza su único alimento. Su historia se tejió con los hilos de una promesa rota.
“Pasó una de mis hijas a saludarme y me dijo: ‘mamá, regreso’. Y ya no regresó mi muchacha... pero sé que está con vida”, narró en una de las entrevistas que le dieron voz a su espera.
Esa fe la mantuvo anclada a ese rincón de la terminal. Por las mañanas, se sentaba a ver el ir y venir de la gente; por las tardes, su voz se convertía en canto para ganar algunas monedas. Pero cada noche, sin falta, volvía a su puesto, al único lugar del mundo donde creía que podría ocurrir el milagro del reencuentro.
Familia de Doña Mary reclama su cuerpo en Puebla
La interminable espera de María de Jesús terminó el pasado jueves 24 de julio. Fue encontrada sin vida, precisamente en la banca que fue su refugio y su altar. Su cuerpo ya no pudo más.
Durante el transcurso del miércoles 30 de julio, la Fiscalía de Puebla informó que su cuerpo fue entregado a sus familiares, cuya identidad se mantiene en reserva. La familia que no pudo llevársela en vida a casa, llegó para reclamarla en la muerte.
La banca que “Doña Mary” ocupó por años ahora está vacía, pero su historia permanece en la memoria de la CAPU, como un eco de la espera y un doloroso símbolo del abandono, pero también del inquebrantable amor de una madre que esperó hasta su último aliento.