En un calculado movimiento en el ajedrez de la diplomacia internacional, el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, ha dirigido una misiva al Vaticano. La carta, enviada este lunes a Su Santidad León XIV, no es una simple correspondencia; es una súplica estratégica que busca la intervención de la Santa Sede para “preservar la paz” en un país que, según la narrativa del chavismo, se encuentra al borde de una agresión orquestada por Estados Unidos.

La solicitud se produce en un contexto de máxima tensión, con un despliegue naval estadounidense en el mar Caribe que Washington define como una operación antinarcóticos, pero que Caracas denuncia como el preludio de un “cambio de régimen”.

Desde su programa semanal “Con Maduro +", el mandatario venezolano reveló los detalles de su petición, buscando el amparo de una de las pocas instituciones con la autoridad moral para interpelar a las superpotencias. Maduro pidió al Papa que “ayude a Venezuela a preservar la paz, la estabilidad” y que “abrace” al país “con la diplomacia del Vaticano”.

La diplomacia de la fe como escudo de un dictador

La elección del destinatario y el momento no son casuales. Maduro elogió al Papa León XIV, un pontífice que, en su descripción, “se ha posicionado como un papa equilibrado, de paz, continuador del legado de Francisco”. Al posicionar al nuevo Papa como un heredero de la diplomacia de su predecesor, Maduro apela a un historial de mediación vaticana en el conflicto venezolano, aunque con resultados dispares en el pasado.

La Santa Sede ya ha participado en intentos de diálogo entre el gobierno y la oposición, y el chavismo recurre nuevamente a esta figura como un potencial moderador que podría frenar las intenciones de la Casa Blanca bajo la administración de Donald Trump.

La carta es, en esencia, un intento de redefinir el conflicto. Al solicitar la intervención papal, Maduro busca elevar la disputa de una crisis política y económica interna a una amenaza existencial contra la soberanía nacional, en la que Venezuela figura como víctima.

La narrativa es clara: no se trata de un régimen autoritario enfrentando el descontento de su pueblo y la presión internacional, sino de una pequeña nación piadosa “acechada, amenazada por la mayor potencia militar de la historia”.

De “niños secuestrados” a un santo para la revolución

Para reforzar su petición, Maduro ha desplegado un arsenal de argumentos que mezclan la denuncia humanitaria con el fervor religioso. En su alocución, agradeció al Papa por una supuesta ayuda en el “rescate” de niños venezolanos que, según él, están “secuestrados” en Estados Unidos. “Todavía hay 70 niños secuestrados, de uno, dos, tres, cuatro años. Ya hemos rescatado a más de 45”, afirmó Maduro, sin ofrecer pruebas concretas.

Paralelamente, el líder chavista ha cooptado uno de los eventos religiosos más importantes para Venezuela en décadas: la canonización del médico José Gregorio Hernández, prevista para el próximo 19 de octubre. La elevación a los altares del “médico de los pobres”, una figura venerada por millones de venezolanos de todas las clases sociales, es un acontecimiento de profunda unidad nacional.

Maduro lo ha vinculado directamente con la crisis actual, afirmando que la canonización “tiene una gran significación” en este preciso momento de amenaza. Al hacerlo, intenta alinear el fervor popular por el nuevo santo con el apoyo a su gobierno, tejiendo una narrativa en la que la fe del pueblo y la resistencia de la “revolución” son una misma causa.

La calle y el Vaticano: una estrategia de doble frente

Este mismo lunes, mientras se conocían los detalles de la carta, decenas de simpatizantes del chavismo marcharon hacia la Oficina del Coordinador Residente de la ONU en Venezuela. La consigna era exigir al organismo multilateral que haga respetar los principios de la Carta de las Naciones Unidas, específicamente el de “mantener la paz internacional”.

Esta movilización no es un hecho aislado, sino la pata doméstica de la estrategia. Mientras la carta al Papa busca influir en los centros de poder global y en la opinión pública internacional, la marcha sirve para proyectar una imagen de cohesión y apoyo popular interno.

Es una estrategia de doble frente: por un lado, se presenta al mundo como un gobierno pacífico que busca el diálogo y la protección divina; por otro, muestra a su base y a sus adversarios internos que aún tiene la capacidad de movilizar a sus seguidores en defensa de su proyecto.

La pregunta que queda en el aire no es si el Papa responderá, sino si el mundo distinguirá entre una genuina búsqueda de paz y una magistral maniobra de supervivencia política.