En las primeras elecciones parlamentarias de la era desde la destitución de Bashar al-Assad, los resultados preliminares han arrojado una cifra que destila la esencia de la nueva Siria: solo siete mujeres han conseguido un escaño. Este número representa un 4% de los puestos elegidos evidenciando un proceso electoral celebrado bajo un velo de exclusión y control que pone en tela de juicio las promesas de apertura del nuevo hombre fuerte del país, Ahmad al-Sharaa.

El gobierno estableció una meta del 20% de representación femenina, un objetivo que se ha revelado un sistema diseñado para consolidar el poder, no para distribuirlo.

El proceso, aclamado por al-Sharaa como un “momento histórico”, ha sido, en la práctica, un ejercicio de democracia a puerta cerrada. Lejos del sufragio universal, la votación fue indirecta. Unos 6 mil a 7 mil miembros de colegios electorales seleccionados a dedo, en un país con casi 25 millones de habitantes, fueron los únicos autorizados para emitir un voto. Este microcosmos de electores designados eligió a dos tercios de la nueva legislatura de 210 escaños.

El tercio restante, 70 diputados, será nombrado directamente por el presidente al-Sharaa, un exyihadista que ahora se presenta como el arquitecto de una nueva era.

Una democracia de electores selectos

La justificación oficial para un sufragio tan restringido se ampara en la precariedad de un país devastado por la guerra. El Comité Superior para las Elecciones de la Asamblea del Pueblo argumenta que “la realidad en Siria no permite elecciones tradicionales”, citando a millones de desplazados, la falta de documentos oficiales y el temor a que “resurjan las herramientas del antiguo régimen”.

Sin embargo, para los críticos, estas razones son una coartada conveniente para un gobierno que desconfía de su propio pueblo y que busca construir una legitimidad a medida.

El diseño del parlamento, cuya tarea principal será redactar una nueva constitución y preparar futuras elecciones públicas, otorga un poder desmesurado a al-Sharaa. Su capacidad para nombrar a 70 legisladores le permite moldear la cámara a su antojo, garantizando la lealtad y neutralizando cualquier disidencia real. La estructura actual no es la de un sistema de contrapesos, sino la de una pirámide de poder donde todas las decisiones fluyen desde la cúspide.

La elección no fue un paso hacia la democracia, sino un acto para formalizar una nueva autocracia.

La sombra del exyihadista y la purga de las minorías

Para entender las dinámicas de la nueva Siria, debemos analizar la figura de su líder. Ahmad al-Sharaa, conocido durante años por su nombre de guerra Abu Muhammad al-Jolani, fue el fundador del Frente al-Nusra, la filial oficial de Al-Qaeda en Siria.

Posteriormente, reconvirtió el grupo en Hay’at Tahrir al-Sham (HTS), una organización que, si bien rompió lazos formales con Al-Qaeda y ha intentado proyectar una imagen más pragmática, sigue designada como terrorista por la ONU y Estados Unidos. Su pasado yihadista sunita genera una profunda desconfianza entre las minorías religiosas y étnicas del país.

Esta desconfianza se ve reflejada en el mapa electoral. Tres provincias con importantes poblaciones minoritarias fueron excluidas del proceso. Raqqa y Hasakah, de mayoría kurda y bajo el control de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), vieron pospuesta la votación por “desafíos de seguridad y logísticos”.

Mientras tanto, en Suwayda, el corazón de la minoría drusa, los escaños permanecerán vacantes hasta que se cumplan “condiciones apropiadas”, un eufemismo que alude a los mortales enfrentamientos sectarios que han estallado este año entre facciones drusas y el nuevo gobierno central.

La exclusión de kurdos y drusos del primer proceso electoral no parece una coincidencia, sino una decisión estratégica. Estas comunidades, que mantuvieron una precaria autonomía bajo Assad y desconfían del nuevo liderazgo sunita, representan un desafío directo al proyecto de una Siria centralizada bajo el control de al-Sharaa.

Su ausencia en el nuevo parlamento garantiza que la futura constitución se redacte sin tener en cuenta sus demandas de federalismo y derechos culturales.

La vieja lógica del poder absoluto

Mientras supervisaba la votación, al-Sharaa declaró: “Este momento es crucial para todos los sirios. Es hora de reconstruir nuestra nación juntos”. Pero la imagen de una nación reconstruida se resquebraja ante los hechos. Un parlamento elegido por una élite minúscula, con una representación femenina simbólica y con la exclusión deliberada de minorías clave, no parece el cimiento de una Siria plural.

Parece, más bien un nuevo régimen que, aunque ha cambiado de rostro y de bandera, mantiene intacta la vieja lógica del poder absoluto.