El sector de la salud en México, particularmente el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), enfrenta graves acusaciones de deficiencias, no solo por la escasez de medicamentos y tratamientos oncológicos, sino también por fallas críticas en la atención médica. Un doloroso ejemplo de esta situación es el caso de Carolina Herrera, una niña de 12 años que perdió la vida a causa de leucemia debido a lo que su familia califica como falta de atención y tratamiento en la Unidad Médica de Alta Especialidad número 71 del IMSS en Torreón, Coahuila.

Durante cuatro años, la familia de Carolina no ha cesado de denunciar públicamente estas deficiencias en el servicio, la carencia de insumos médicos y, lo que es aún más grave, diversas irregularidades en el expediente clínico de la pequeña. Rodrigo Herrera, el padre de Caro, ha mantenido viva la lucha por la justicia.

No piden dinero, exigen justicia por la muerte de la adolescente

En entrevista para Hechos AM, Rodrigo enfatizó que su reclamo no es por compensación económica, a pesar de que se les ofreció una suma considerable. La vida de su hija, asegura, no tiene precio. “No levantamos la voz por lo económico, nosotros lo que queríamos era justicia para mi hija”, afirmó, visiblemente consternado.

“No puede ser que me la dejaran aguantar tres días y con 400 mil pesos me quieran quitar los abrazos y los besos que me los daba mi hija. No entiendo por qué la institución nos quiere ofender de esa manera”. Lo único que la familia buscaba, dice Rodrigo, era un trato digno y que las circunstancias hubieran sido diferentes.

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Rodrigo, quien es médico veterinario, recordó con dolor los momentos críticos. La primera noche de Carolina en el hospital, ella presentaba mucha fiebre, un síntoma que a él le preocupó de inmediato por su conocimiento médico.

Al preguntar a una enfermera sobre la administración de medicamentos, le respondieron que no contaban con el antibiótico necesario y que no podían ignorar las indicaciones escritas por los doctores.

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Ante la desesperación, Rodrigo salió esa misma noche a buscar los antibióticos que su hija necesitaba. Después de que se le administraran, la niña mejoró temporalmente: dejó de tener fiebre, comía y se mostraba alegre. La familia intentaba mantener su espíritu, jugando y realizando actividades en su habitación para que no se sintiera aburrida por el encierro.

La situación empeoró en enero, durante un fin de semana. Carolina había pasado las festividades decembrinas lejos de su familia, sin poder estar con sus hermanos en Navidad ni con sus padres en Año Nuevo. Justo cuando su estado de salud empezó a deteriorarse gravemente, la mala suerte se sumó: era fin de semana y no había médicos especialistas que pudieran atenderla.

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Los residentes no estaban autorizados a dar indicaciones remotas, y la doctora encargada de la salud de Carolina nunca apareció en persona hasta el lunes, cuando la niña ya estaba agonizando y en una condición crítica. El medicamento vital que necesitaba le fue aplicado solo horas antes de que sufriera sus primeros cuatro infartos.

Trasladada a la unidad de terapia intensiva, Rodrigo la vio en un estado deplorable. A las 6:30 de la mañana, les dieron la trágica noticia. Las disculpas, lamenta Rodrigo, llegaron demasiado tarde.

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No pide nada más que un poco de empatía por parte de los fiscales y del Tribunal Superior de Justicia del Estado. La familia ha entregado todas las pruebas posibles, han contratado a un perito médico y a una perita en psicología, y cuentan con un equipo de abogados. Han hecho todo lo necesario para facilitar la resolución del caso de su hija y evitar que situaciones similares sigan ocurriendo, pues, según Rodrigo, “han muerto muchos niños” en esa misma unidad médica.

Rodrigo Herrera, con una mezcla de frustración y determinación, se pregunta dónde está estancado el asunto y cuánto más deberán esperar. Con la promesa de que su coraje no se apagará, asegura que hará todo lo que esté en sus manos para que se haga justicia.

La familia no busca dinero, pues ninguna cantidad puede devolverles a su hija; lo que exigen es justicia y que se establezca un precedente para que ninguna otra familia tenga que vivir una tragedia similar. El dolor de perder a un hijo por presunta falta de atención y medicamento es incomprensible, y la comunidad se une a la exigencia de justicia para Carolina.