Atrás quedaron los jóvenes de 1968, aquellos que, sin internet ni redes sociales, pusieron el ejemplo. Salieron a las calles para enfrentar un Estado autoritario y, aunque culminó en una de las masacres más oscuras de nuestra historia, dejaron un legado de resistencia que hoy, lamentablemente, parece quedar en el olvido.
Hagamos memoria. ¿Recuerdas cuál fue la última gran marcha no politizada en el país? La “Marcha Nacional por la Paz” en 2011, que salió de Cuernavaca en contra de la violencia del narcotráfico. Yo tenía 12 años. El gran contraste es que, a pesar de que hoy vivimos en el México más violento de la historia, a pesar de que el narcotráfico tiene aterrorizada a la población, a pesar de que la crisis de desapariciones parece no tener fin y los jóvenes son reclutados por el crimen organizado, ya nadie marcha, nadie grita.
¿Dónde quedaron los jóvenes rebeldes que se levantaban contra las injusticias en México?
¿Por qué? Porque estamos anestesiados, cómodos en un silencio que nos permite tolerar la violencia diaria. Recuerdo cuando estaba en mi primer año de preparatoria y ocurrió la tragedia de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. A pesar de nuestra corta edad, nos movilizamos, e indignados y valientes, salimos a las calles para hacer ruido.
Hoy, los jóvenes —que deberían ser la voz de la indignación— están ocupados en una burbuja de TikToks y realidad virtual. Burlándose del dolor ajeno y siendo indiferentes ante las familias que sufren por sus desaparecidos o por las guerras internas del narco, como la de Sinaloa.
Qué decir de los adultos. Quienes deberían encabezar la resistencia están dormidos entre becas, subsidios y palmadas en la espalda. Pareciera que nos inyectaron con el virus del conformismo y aquí seguimos: agachando la cabeza mientras estiramos la mano.
Bien decía George Orwell: “Hasta que no tomen conciencia, nunca se rebelarán, y hasta que no se rebelen, no podrán tomar conciencia”. ¿Dónde quedó esa conciencia? Parece que los jóvenes perdieron la noción de que lo que vivimos no es normal. La libertad de movimiento, de esparcimiento, de expresión, de pensamiento, todas las libertades políticas que damos por sentadas, están en riesgo. La juventud no está luchando por sus libertades porque, en su inconsciencia, no se ha dado cuenta de que se las están quitando.
En mis años universitarios, hacíamos paros por cada injusticia, pues nunca fuimos ajenos a los problemas sociales. Hoy, las aulas están llenas, pero las conciencias vacías. ¿Dónde están los que marchaban? ¿Dónde están los que se suponía que no permitirían que esto siguiera pasando?
Me dirijo a ti, que me estás leyendo: si no te indigna lo que estamos viviendo, si no te duele esta violencia, la construcción de una oligarquía, la eliminación de contrapesos, el debilitamiento de la democracia y la indiferencia política, entonces has fracasado como joven y también como ciudadano.
Si no eres parte de la indignación, eres parte del adormecimiento. Y el adormecimiento, la apatía, el silencio, no es una postura neutral. Porque quienes lo estamos permitiendo, somos nosotros.