Desde que nacemos, los seres humanos mostramos una marcada inclinación por lo dulce y el azúcar. Evolutivamente, este gusto representaba un mecanismo de supervivencia: los alimentos con sabor dulce eran fuente inmediata de energía y resultaban más seguros que otros potencialmente tóxicos.
El problema surge en la actualidad, donde la abundancia de refrescos, postres y productos ultraprocesados convierte esa programación biológica en un desafío de salud pública. La neurocientífica Nicole Avena, experta en adicciones alimentarias, explicó a un reconocido periódico inglés que el azúcar activa en el cerebro los mismos circuitos de recompensa que drogas como la heroína: “Nuestro cerebro no sabe si nos estamos inyectando heroína o comiendo un pastelito”, advirtió.
RECETA: Prepara al lado de El Chino unas ricas Galletas de azúcar.
¿Por qué el cerebro relaciona el azúcar con las drogas?
Experimentos en animales demostraron que el consumo ilimitado de azúcar genera comportamientos de adicción: atracones, abstinencia y necesidad de ingerir mayores cantidades para experimentar placer. En humanos, investigaciones clínicas revelan un efecto similar: la ingesta de azúcar dispara la liberación de dopamina en el núcleo accumbens, región clave en la sensación de recompensa.
Esta reacción explica tanto la euforia tras comer un postre como la irritabilidad o ansiedad cuando se intenta dejarlo. Incluso basta con ver imágenes de dulces para detonar antojos, un fenómeno que se intensifica con la exposición constante en redes sociales.
¿Cuáles son los riesgos invisibles para la salud?
Más allá del impacto en el cerebro, el consumo elevado de azúcar está relacionado con enfermedades cardiovasculares, obesidad, hígado graso, deterioro intestinal y mayor riesgo de demencia. Algunos especialistas lo han vinculado incluso con el Alzheimer, al describirlo como una especie de “diabetes tipo 3”.
A esto se suman efectos en la salud mental: desde depresión y TDAH hasta el uso del azúcar como una forma de automedicación que, a la larga, agrava los síntomas.
Avena propone cambios prácticos: priorizar proteínas, fibra y grasas saludables en las comidas; sustituir dulces por frutas o chocolate negro; registrar detonantes emocionales de los antojos; y mejorar los hábitos de sueño.