Han pasado 40 años desde aquel día, cuando muchas vidas se perdieron y la Ciudad de México (antes Distrito Federal) cambió para siempre; fue el 19 de septiembre de 1985, un terremoto sorprendió a los capitalinos y les dejó grabadas en la memoria, historias de dolor, aunque hay otras que también son de esperanza.

Los seguidores de Fuerza Informativa Azteca (FIA) compartieron esas memorias con nosotros y ahora, las hemos reunido como una manera de recordar y rendir homenaje a los que murieron por este hecho que marcó a la CDMX.

“Mi abuela comenzó a rezar y a pedir desesperada a Dios que detuviera el temblor”

Jueves 19 de septiembre de 1985, estábamos desayunando en la cocina familiar para ir a la primaria, éramos cuatro hermanas, la mayor ya se había ido a la secundaria; de pronto, todo comenzó a moverse, mi abuelo Juan Reyes miró al foco que colgaba del techo cómo se movía, salió al patio mientras tronaba la constitución de la casa.

Gritó: “hijas, está temblando, hínquense, recen”, y así mi abuela comenzó a rezar y a pedir desesperada a Dios que detuviera el temblor. Muy asustadas mis hermanas y yo, abrazadas a mi mamá, nos preguntábamos qué pasaba.

La curiosidad me hizo ponerme de pie y salí con mi abuelo y vi cómo se separaban los muros de mi casa con la del vecino Don Pablo Huerta. Tengo grabado cómo tronaba toda la casa y el polvo que salía de los muros del primer piso, quedó mi garganta hecha un nudo y llanto contenido.

Cuando mi abuelo gritó “está temblando” sentí dos movimientos diferentes, uno hacia los lados y otros como si estuviera brincando, pero cuando mi mamá nos abrazó me dio tranquilidad y al ver a mi abuelo en el patio quise salir a abrazarlo a él. Fueron los segundos más eternos de mi vida, de miedo y de impacto emocional.

Mi mamá nos intentó llevar a la escuela, pero ya en la Avenida Ermita Iztapalapa una vecina le dijo “no hay clases, están regresando a todos, mejor ve por tu hija a la secundaria”. Y nos regresamos a casa, vi que mis abuelos intentaban llamar por el teléfono a mis tíos, pero no tenían línea.

Cuando hubo oportunidad de ver noticias las imágenes eran terribles. Aunque era una niña comprendí el valor de la vida, aprendí que la solidaridad debe ser un valor de siempre, no solo en momentos de desgracia, y lo aprendí porque vi cómo mi familia se sumaba a llevar comida, pan, café, desayuno, lo que fuera para quienes se estaban dedicando a rescatar a las personas.

¡Solidaridad y empatía siempre, no solo en momentos de desgracia!

Historia de Beatriz Reyes, 48 años

“Formamos el primer grupo de rescate en México”

Junto al SEMEFO, en la Avenida Niños Héroes, vi caer el SEMEFO y la torre de una televisora; trabajaba en la tesorería del Departamento del Distrito Federal (DDF), vi cómo un cristal del ventanal de la torre de la televisora se cayó y partió en dos a un muchacho que iba corriendo. También la caída de la torre sobre un carro rojo cruzando toda la calle de Balderas y cayendo dentro de una escuela.

De ahí fui a dejar a mi familia a casa y me fui a ayudar, conocí a varios jóvenes y nos juntamos para ayudar en Tlatelolco, con el tiempo formamos el primer grupo de rescate en México, ESCUADRÓN DE RESCATE BR19 DE SEPTIEMBRE A.C.

Sentí mucho miedo por mi familia, no entendía qué había pasado, pensaba que nos estaban atacando. Vi el dolor y sufrimiento de muchas personas, cuerpos mutilados, y un olor que penetra en la nariz y se queda por meses.

Cambié mi profesión, actualmente dirijo un grupo de rescate, ESCUADRÓN DE RESCATE TOPOS VOLUNTARIOS DE MÉXICO, A.C.

Las personas tienen que estar preparadas para cualquier evento adverso que tenemos constantemente en nuestro país y la preparación hará la diferencia entre la vida y la muerte.

Historia de Ignacio Francisco Camacho Hernández, 66 años

“La angustia al ver que nuestro hospital se había caído”

Estaba en un edificio anexo al Hospital Juárez, hoy conocido como “del centro”, que se le llamaba residencia médica. Yo era en ese entonces residente de tercer año de la especialidad de Ginecología y Obstetricia.

Estaba llegando al tercer piso cuando empezó el terremoto, no me podía mover, el piso se movió muy fuerte y me tuve que recargar contra las puertas del closet por temor a caer. Cuando pasó, salí al pasillo a buscar qué había sucedido y a través de las ventanas del cubo de la escalera se veía una gran nube de polvo y el vacío que había dejado la caída del edificio principal de 12 pisos.

Lo primero fue el temor, luego la angustia al ver que nuestro hospital se había caído, empecé a tocar las puertas de las otras habitaciones para despertar a los que aún dormían y ver si había alguien más para salir a ver qué sucedía con nuestros maestros, compañeros y pacientes del edificio.

Luego bajé para ir al sitio donde estaba el edificio derrumbado, la primera visión fue impactante, un edificio de 12 pisos compactado a no más allá de cuatro pisos, la mitad inferior sobre sí misma y la mitad superior girada 90 grados sobre el estacionamiento de residentes. Las lágrimas salieron sin una sola queja, solo empezaron a brotar dejando surcos en la cara de todos los que estábamos tratando de levantar piedras enormes.

Todas las personas que estaban en el hospital y que habíamos sobrevivido al terremoto, algunos conocidos, otros que jamás había visto en mi vida, todos tratando de ayudar. A mi esposa no la volví a ver hasta pasadas las 8:00 de la noche, cuando ella y su hermano pudieron tener acceso a la zona del derrumbe como voluntarios.

Salieron amigos y compañeros de entre las piedras, algunos vivos, pero con lesiones graves que les costó la vida en pocos minutos una vez fuera. Otros salieron vivos y lograron sobrevivir. Otros no lo lograron y salieron ya fallecidos.

Aprendí a vivir el día y día, solo podemos estar seguros del día que nos amanece. Aprendí a dar gracias a todas las personas que hacen lo mínimo por mí. Aprendí a hacer planes y no detenerme en las acciones para lograrlo. Aprendí que mi familia es lo más importante en mi vida.

Es importante respetar las acciones de seguridad, registro en cada acceso a un edificio, no importa que te tardes unos minutos más en llegar a donde tienes que ir. Obedece al personal de protección civil, están entrenados para auxiliar.

Historia de Juan Ismael Islas Castañeda, 67 años

“Ver todo el centro derrumbado, pedazos de gente, brazos, piernas en pijama”

Vivía a una calle de una televisora en Avenida Chapultepec, tenía 9 años, me peinaba para ir a la primaria que está frente al Metro Balderas, cuando Lourdes Guerrero dijo “ay, está temblando” y de pronto se empezó a sentir muy fuerte. Levanté a mi hermana que estaba dormida y nos juntamos con mi hermano en la entrada de la casa que da atrás de un edificio de cinco pisos, desde donde nos veía mi papá y nos decía “no se bajen”.

Yo quise salir corriendo y bajé las escaleras y como a los 12 pasos paro, me gritan “regrésate"; me regreso y a los dos pasos cae un macetón justo donde estaba parada. Mi mamá había salido a la lechería, a la Conasupo, y le agarró en la esquina de la televisora. Desde donde vivíamos se pudo ver cómo caía la antena, la radiofusora, los televiteatros.

Al terminar sentí pánico, miedo, ansiedad, sentí que pasó mucho tiempo en tan poco tiempo. Me reuní con mi mamá, mi papá, amigos, vecinos y gente que pedían ayuda, porque estuvimos rodeados de muchos derrumbes para donde camináramos.

No sé me va a olvidar ver a mi mamá llena de polvo, narrar lo que vio y vivió afuera, no olvidaré las historias de todas las personas que llegaron a trabajar ese día, pero contaron cómo fue que vivieron el temblor en el túnel del Metro, que tuvieron que caminar a ciegas por los túneles para salir; de un vecinito que fue a clases en la secundaria diurna que se derrumbó en la Avenida Cuauhtémoc y escucharle que él y su grupo se quedaron en el patio a jugar pelota y al temblar se abrió la tierra y se tragó la pelota y algunos compañeros, y cerrarse nuevamente la tierra para después derrumbarse.

Vivir las historias de la gente ensangrentada pidiendo ayuda, personas que pedían ayuda porque alguien quedó en los escombros gritando, pidiendo ayuda. Mi papá nos llevó en el carro a dar una vuelta y ver todo el centro derrumbado, la Topeca, muchos edificios, casas en escombros, pedazos de gente, brazos, piernas en pijama, mucho más que no cabe para narrar, pasaron muchas cosas.

Aunque ya había habido temblores, no había vivido un terremoto y más a tan corta edad. Ese terremoto se llevó mi tranquilidad, muchos años viví con miedo y soñaba que temblaba, que quedaba atrapada. Tenía pocos días que habíamos iniciado clases y un día antes me despedí de mis compañeros y recuerdo bien unas gemelas, que al regresar a clases ellas y muchos más ya no volvieron. Nada volvió a ser igual.

Debemos tener la cabeza fría y pensar si empieza a temblar qué debemos hacer, la luz, el gas es lo primero que debemos cerrar y bajar, porque mi papá decía “si no tienes calma, algo te puede pasar, el gas y la luz es lo primero que debes cuidar”.

Historia de Esmeralda Gutiérrez, 49 años

“Nos tocó ver cómo sacaban a personas vivas o fallecidas”

Yo estaba estudiando en la calle de Liverpool en la Zona Rosa, entraba a la escuela a las 7:20, mi papá me acababa de ir a dejar, estaba con mis compañeras afuera de la escuela, que era un edificio de cinco pisos con unas escaleras muy reducidas (si hubiéramos estado adentro no hubiéramos podido salir).

Antes de entrar a clases teníamos que pasar lista con la recepcionista y ese día, por obra y gracia de Dios, no llegó temprano. Estaba recargada en un auto color vino cuando empezó el temblor, comentamos que estaba temblando, una compañera me dijo “quítate de ahí porque te vas a caer” a lo que yo le dije “jálame porque no me puedo parar”.

Cabe mencionar que el temblor empezó oscilatorio, en el momento que ella me da la mano, comienza con toda su fuerza, pareció que los vidrios del edificio eran los que lo estaban deteniendo ya que se reventaron e inmediatamente se colapsó, parecía que lo había pisado un gigante, en ese momento corrimos para ponernos a salvo.

En ese momento sentí pánico, ya que los edificios aledaños también comenzaron a caer, vidrios de ventanas cayendo, las banquetas se levantaban, los carros chocaban entre sí, no sabíamos hacia dónde correr para ponernos a salvo porque parecía como si estuviéramos viviendo en una película. Pensaba en mi familia ya que vivimos en un edificio de cuatro pisos, con el temor de que algo les hubiera pasado; hasta que unos señores nos detuvieron en la esquina de Londres para no seguir corriendo e intentaron calmarnos para que no nos pasara nada, estábamos llenas de polvo.

Ya que se detuvo el terremoto comenzamos a ver todo destruido a nuestro alrededor y pudimos dimensionar lo que había pasado. Afortunadamente todavía tuve la suerte de encontrar un teléfono de monedas funcionando y pude llamar a casa, mi mamá me contestó y me dijo que yo era la única que faltaba en reportarme y que gracias a Dios todos estaban bien. Le platiqué lo que había pasado y me dijo que me quedara ahí, que mi papá iba por mí, yo le dije que no porque quería ver si podía apoyar en auxiliar a alguien o rescatar personas, mi mamá no se quedó tranquila y le dijo a mi papá que se fuera por mí.

Toda esa zona estaba acordonada por el Ejército debido a los derrumbes que había, a mi papá no lo dejaban pasar por el riesgo y le costó mucho trabajo localizarme; a base de silvidos nos encontramos, nos abrazamos y lloramos mucho, de regreso a casa pasamos por muchos lugares donde había casas y edificios derrumbados.

El Hotel Ritz (nombre que tuvo durante un año, para luego conocerse como Hotel Regis) que estaba en Insurgentes y Reforma se estaba incendiando, gente herida caminando por la calle, ya no había líneas telefónicas ni luz y el transporte estaba colapsado, por lo que tuvimos que caminar de regreso a casa teniendo que esquivar escombros; ambulancias, bomberos y patrullas iban de un lado a otro sin darse abasto.

Llegando a casa yo me desvanecí al punto del desmayo y me costó mucho tiempo sobreponerme de esa muy mala experiencia, ya que hasta soñaba con todas esas imágenes que se quedaron grabadas en mi mente para siempre.

La vida nos cambió de forma definitiva, ya que a mi papá le dio diabetes por el susto, aprendimos a valorar más la vida y todo lo que tenemos, ya que afortunadamente y bendito Dios, nadie de mi familia resultó afectado en ningún sentido, pero sí hubo personas conocidas que perdieron casas o familiares.

Los siguientes días, mi mamá preparaba tortas y café en las tardes y nos íbamos mis hermanos y yo a buscar lugares donde hubiera gente apoyando en los rescates de personas atrapadas y se los regalábamos, en esas salidas nos tocó ver cómo sacaban a personas vivas o fallecidas.

Es una experiencia que a nadie se le desea, algo que no quisieras que a nadie le pase y menos a mi nieto que de forma diferente le tocó vivir el terremoto del 2017. Pero lo que les puedo decir es que disfruten la vida al máximo, que no se la pasen peleando, ni enojados, que disfruten al máximo cada día de su vida sobre todo con la familia, porque no sabemos cuándo será nuestro último día.

Historia de Adriana García Zaragoza, 57 años

“En el multifamiliar ‘Benito Juárez’ la cantidad de personas atrapadas, tantas ya fallecidas”

Estaba en mi natal Salamanca, Guanajuato; aún dormía y el fuerte movimiento me despertó, hasta ese día supe lo que era un sismo. En ese tiempo mis hermanos y yo éramos voluntarios del Cuerpo de Rescate de Salamanca SOS, y de inmediato supe que iríamos a la Ciudad de México.

Mi familia se sentía nerviosa porque mi papá en ese tiempo trabajaba en la Torre de Pemex y no sabíamos si él estaba bien, pero mi mamá tenía el presentimiento que sus tres hijos saldrían en cualquier momento hacia el desastre, ya teníamos algunos años de experiencia en rescate y seguramente seríamos de utilidad en la Ciudad de México.

Posterior al sismo, fuimos convocados a nuestra central por nuestro jefe, el Sr. José María Fernández, y para el mediodía ya estábamos en camino hacia el desastre. Pero como nos desconectamos del exterior, no supimos de la magnitud de la destrucción, sino hasta que arribamos a la Ciudad de México.

El interior de los edificios caídos, especialmente en el multifamiliar “Benito Juárez”, la cantidad de personas atrapadas, algunas aún con vida, y tantas y tantas ya fallecidas. Aunque ya tenía años de experiencia como rescatista, esto era demasiado para cualquiera. Lo segundo que no olvidaré fueron los edificios tambaleándose durante el sismo de la noche del 20 de septiembre, realmente pensé que no saldría vivo de ahí.

Pero me quedo con la imagen de todas esas personas que pudimos salvar y que ya en una camilla rumbo al hospital mostraban en su rostro la expresión de quien ha ganado una segunda oportunidad.

Aunque siempre hice el rescate de manera voluntaria y llevé mi vida casi normal, formando una familia, con mi empresa, etcétera, lo que viví esos días rescatando personas dentro de edificios caídos, cambió mi manera de ver las cosas, pero también me provocó un permanente estado de alerta.

Por otro lado, me preparé en materia de desastres y protección civil y pude organizar el inicio de la protección civil en mi ciudad y hoy sigo promoviendo el autocuidado y las medidas de seguridad en las organizaciones. Escribí un libro años después que titulé: “Bajo los escombros de 1985", con la intención de dejar esta experiencia de los días vividos y acciones de rescate para las generaciones futuras.

Es real que un sismo así puede volver a suceder, debemos de estar siempre preparados, que aunque hoy hay mayor organización, no debemos bajar la guardia, que lo hagan por todas aquellas personas que en septiembre de 1985, perdieron la vida.

Historia de Arturo Gutiérrez Ceja, 60 años