El 19 de septiembre de 1985, el entonces Distrito Federal no sólo se derrumbó, quedó en silencio. Las líneas telefónicas se cortaron y la capital quedó aislada del resto del país. Entre escombros, sirenas y polvo, la urgencia no era únicamente por salvar vidas, también era por volver a comunicar a millones de familias con sus seres queridos.
A cientos de kilómetros, en Salamanca, Guanajuato, dos hermanos entendieron que la tragedia no se podía mirar desde la distancia. Arturo y Alejandro Gutiérrez Ceja, radioaficionados y rescatistas voluntarios, prepararon sus equipos y partieron a la capital. Tres horas después, ya recorrían una ciudad herida por un terremoto.
Los integrantes del Cuerpo de Rescate de Salvamento, agrupación fundada en 1981 por José María Fernández Sánchez, dedicaron un día completo a las labores de búsqueda en varios puntos del Distrito Federal, pero sus esfuerzos se concentraron en un edificio de departamentos ubicado en la esquina de las calles Orizaba y San Luis Potosí, en la colonia Roma.
“Recuerdo ese olor a sangre, ese olor a hierro que tiene la sangre, más el polvo, olor a gas, olor a humedad… muchos olores”, narró Alejandro. “La colonia Roma parecía una zona de guerra: edificios colapsados, voluntarios corriendo, familias buscando desesperadas... Para llegar a una persona con vida, tenías que pasar junto a tres o cuatro cadáveres… nos concentramos en la persona que estaba viva”, añadió.
La misión se complicó con el paso de las horas cuando el equipo especializado que trasladaron desde Salamanca sufrió daños durante una de las tantas réplicas que continuaron al sismo de 1985. Además, la angustia aumentaba debido a que cada hermano se encontraba en túneles distintos y solo podían verse por escasos segundos.
Rescatistas y radioaficionados: dos hermanos héroes en el sismo de 1985
Pero su misión iba más allá de escarbar entre ruinas y eso aún lo descubrirían. Ambos fueron forzados a regresar la noche del 19 de septiembre a Salamanca, Guanajuato, para reparar el equipo y regresar a continuar las labores en el Distrito Federal.
En el camino vieron a miles de personas que no podían comunicarse con la capital. Para todos, la pregunta era la misma: "¿Cómo se encontrarán mis familiares en México?”, así la radio, aquella pasión que habían cultivado con los años, se convirtió en su arma más poderosa durante el sismo de 1985.
Instalaron una estación improvisada en plena calle y decenas de personas hicieron fila para dictar mensajes que, a través de las ondas, viajaban entre Salamanca y la capital del país. Otros radioaficionados devolvían noticias que, en un país paralizado por el miedo, convirtieron esos ‘tráficos de emergencia’ en un puente de esperanza: “Está vivo”, “ya lo encontramos”, “resiste”.
“Los radioaficionados colaboraron para la comunicación entre la Ciudad de México y el exterior, porque la telefonía en la capital sí funcionaba, pero no podía salir hacia el resto del país, ni al exterior. Es ahí donde el enlace lo hicimos los radioaficionados... Se pasaban los tráficos de emergencia a los radioaficionados de México y se esperaba respuesta para dársela a los familiares acá en Salamanca”, recordó Alejandro Gutiérrez.
Una vez establecida esa línea de comunicación, los hermanos Arturo y Alejandro Gutiérrez Ceja, junto a otros rescatistas del Cuerpo de Salvamento de Salamanca, regresaron al entonces Distrito Federal con más experiencia, mejor equipados y dispuestos a arriesgarlo todo por rescatar a más personas en los distintos puntos en los que colapsaron edificios.
El peligro nunca cesó durante el sismo de 1985
La réplica del 20 de septiembre los sorprendió dentro de un edificio colapsado, con muros que se mecían como hojas de papel, aún así, regresaron a los túneles, con herramientas improvisadas, incluso un cuchillo, y lograron varios rescates.
“Con la sierra de un cuchillo cortamos un piano, era lo que separaba a otra persona, imagínate lo que es cortar un piano con un cuchillo porque no había otra forma, no cabía equipo, teníamos que usar lo que teníamos... La gente hacía lo mismo, buscaban algo con que hacer ruido, golpeaban, gritaban y al final, rescatábamos”, agregó Arturo.
El legado de los hermanos rescatistas de Salamanca, Guanajuato
A 40 años del terremoto de 1985, los hermanos Arturo y Alejandro Gutiérrez Ceja saben que el peso de la memoria es inevitable. “Prefiero quedarme con las personas que salvamos”, dice Arturo. Alejandro, más reflexivo, reconoce: “Te pones a pensar en cuántas personas no pudiste ayudar, pero tienes que seguir adelante”.
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