Los días de descanso, el aguinaldo, la melancolía del ocaso del año o el mero sentido religioso hacen de la Navidad una época anhelada por miles de personas. Es esperada sobre todo por quienes gustamos de consumir toda clase de mercancía relacionada; y no nos cuesta trabajo disfrutarla porque sabemos que el espíritu navideño durará solo unas cuantas semanas.
¿Pero qué pasaría si viviéramos en una Navidad permanente? ¿Disfrutaríamos estas fechas de la misma manera o nos hastiaríamos de tanto Jingle bells?
“Ya es normal para nosotros, lo único que me da gusto es que nuestro trabajo llegue a las casas de la gente”, cuenta Verónica Pompa, artesana de 63 años, de los cuales lleva 33 dedicados a la elaboración de esferas navideñas.
Un cuarto largo y frío es alumbrado por dos focos incandescentes que sirven para secar las esferas que Verónica ha plateado con una solución especial, y que acaba de clavar con un palito de madera sobre una cama de aserrín. Estos son los primeros adornos que Fimave, una de las fábricas de esferas más importantes en Tlalpujahua, Michoacán, saca para el mercado nacional en esta temporada de fin de año.
Fimave, nombrada así por sus dueños Francisco, Isidra, Marina, Alma, Verónica y Edgar -la familia Mora-, tiene 50 años sumergida en una permanente Navidad. Vidrio, pintura y brillantina son parte de la magia que sopladores y decoradores hacen con sus manos de febrero a noviembre, época en la que se producen las miles de esferas que exportan a Estados Unidos u ofrecen al público mexicano.
Y es en la fábrica, situada a unas cuantas cuadras cuesta arriba del centro de Tlalpujahua, donde Agustín Velarde inicia con el proceso de producción. Por 35 años, este soplador se ha encargado de jugar con el aire de sus pulmones y el fuego que emana de un pequeño tanque de gas para dar forma a esferas, campanas, gatitos o cualquier figura que vaya a colgarse en los árboles navideños.
“Es cansado pero más por estar sentado que por el hecho de soplar”, cuenta Agustín, quien en una jornada de ocho horas puede soplar entre 600 y 800 esferas, hechas a partir de una barra de vidrio, parecida a un tubo de ensayo. A diferencia de Verónica, él aún disfruta de la Navidad y adorna su árbol con las esferas que le van quedando, ya que además de ser soplador en Fimave, tiene su propio taller.
Luego del soplado y el plateado, las esferas suben al piso de decorado. En un cuarto amplio, se encuentran cuatro mujeres, cada una sentada frente a una especie de mesa llena de aserrín e iluminada con focos incandescentes, parecida a la de Verónica, en la que con finos pinceles se dedican a colorear las creaciones de vidrio. Galletas de jengibre, caramelos y toda clase de líneas, ramas, hojas, círculos y texturas son pintadas a mano, con un pulso casi perfecto y con la paciencia necesaria para no estropear ninguna de las 150 esferas que cada decoradora traza, en promedio, al día.
La experiencia ha sido clave en este equipo de trabajo, y Rosa tiene bastante, para ser exactos, 14 años, a lo largo de los cuales también ha ido perdiendo el interés por la Navidad, incluso, confesando tímidamente que le ha llegado a aburrir, aunque disfruta “hacer de todos los modelos de esferas que nos piden”.
El trabajo de las 40 personas que conforman Fimave, y la visión de la familia Mora, han permitido que por medio siglo innoven y no se asusten ante la mercancía china, por la cual han tenido que esperar entre 2 y 3 meses para empezar a trabajar. Y aunque a veces podría parecer tedioso tener una Navidad eterna, los amantes de está época no podríamos más que agradecerles por alegrar nuestras casas con su creatividad y talento.