Una carpa azul cubre desde lo alto las sillas de plástico y las largas gradas de madera que en unos minutos serán usadas por cerca de 100 personas. De a poco, el público comienza a llegar, algunos pasan directamente a sentarse, pero otros se forman para comprar dulces, palomitas o refrescos en la pequeña tienda ubicada a la entrada de la carpa. Uno que otro lugar se ilumina con las espadas y diademas fluorescentes que los padres le han comprado a sus hijos; quince minutos después, la tercera llamada, alerta a todos los presentes en esta función de viernes por la noche, y su vista se concentra hacia el escenario circular coloreado por una intensa luz azul. Hoy olvidaremos que el circo está en peligro.
El acto de equilibrismo con fuego abre el espectáculo de la mano de Antonio Rosales, quien también es maestro de ceremonias a lo largo de la función. Después, Anna y Olaf, de la película Frozen, sorprenden a los niños con un breve sketch, seguido del acto de comicidad de la mano de los payasos Yuyo, Gasparín Jr. y Tony. Y para cerrar la primera parte, Elizabeth ilumina la pista con las grandes nubes de fuego que salen de su boca. Ahora, se da paso al intermedio.
Este es el Circo Tayde, una compañía conformada por ocho personas, que lleva tres meses en marcha luego de un año de descanso, pues sus dueños decidieron parar la operación debido a diversas oportunidades laborales con otras empresas de entretenimiento.
Gustavo Vertti es el tercero de cuatro hermanos y quien ahora se encarga del circo familiar: es electricista, carpista, promociona las funciones en las calles, es taquillero, recibe al público, maneja la cabina de luz y sonido, y también las hace de ‘Tarzán’ en su acto de telas, aunque su especialidad es la de ser payaso.
Nos costó trabajo que volviera a despegar, porque al tener guardado el circo, las estructuras, las llantas y los camiones se echan a perder o descomponen. Fue difícil.
Comenta desde el comedor del camper en el que vive con Alondra, su pareja desde hace 10 años y quien tiene el acto del aro elevado e interpreta a Anna.
Proveniente de un padre trapecista y una madre que no era artista circense pero que logró adaptarse a ese mundo, Gustavo recuerda su infancia como nada parecida a la de los demás niños pues “estás viajando, ves a los niños de las escuelas que estaban junto al circo y te preguntas ‘¿por qué ellos están allá y yo acá?’”.
La curiosidad que tenía, le permitió estudiar en dos escuelas de Oaxaca y una de Puebla, por un par de semanas, después de que su mamá hablara con los directivos. “Hice muchos amigos, pero no supe más de ellos, porque llega el momento en el que el circo se tiene que marchar y no los vuelves a ver.”
Y a pesar de no poder cursar en una escuela fija, tuvo maestros que el gobierno mandaba para él y los demás menores del circo, aunado a lo que sus papás podían enseñarles, como matemáticas básicas o lectura, de forma que así terminó la secundaria, para después estudiar en línea la preparatoria.
La vida de un cirquero no es fácil , porque aunque adaptados están, deben lidiar con pericias en las carreteras por donde andan, abusos de los ayuntamientos y la inseguridad, sin embargo, hay en especial dos momentos que han marcado a la industria circense en los últimos años.
El primero fue en 2014, cuando a nivel federal el gobierno mexicano prohibió los animales en los circos, esto debido al maltrato que gran parte de ellos sufrían.
Hubo circos que tuvieron la posibilidad de guardar sus animales en terrenos que tenían, pero hubo otros, como nosotros, que tuvimos que donarlos a zoológicos o ganaderos, porque si traías animales, aunque no salieran en función, el gobierno no te dejaba trabajar.
El circo Tayde llegó a tener llamas, caballos, ponis, dos monos, avestruces, y hasta un par de leonas, pero ahora todo queda en el recuerdo, aunque cada que puede, la familia Vertti visita a algunos de sus animales.
La pandemia fue otro momento que como a todos, impactó fuertemente a los cirqueros, pues para alguien que vive del público, y que ofrece un servicio que no es de primera necesidad, es mucho más complicado conseguir ingresos. “Comenzamos a vender palomitas, manzanas acarameladas en las calles, también trabajé de albañil en Guadalajara, mi hermano mayor puso su puesto de fruta, mi hermana vendía productos de belleza por redes sociales y mi hermano, el más chico, se iba a los semáforos a hacer sus malabares, y como no le iba nada mal, nos fuimos con él, colgábamos las telas debajo de un puente y hacíamos nuestros actos. Estuvimos más de un año guardados”, platica Gustavo, quien afirma que además de la parte económica, también era difícil para ellos vivir en un solo lugar, luego de estar acostumbrados a cambiarse de sitio cada dos o tres semanas.
Con todo, los circos han tenido que adaptarse y reinventarse, pues es bien sabido que el público cada vez es más difícil de sorprender. La tecnología, las redes sociales, los infinitos estímulos y la rapidez en la que vivimos hacen que los artistas exploten su creatividad y vivan pendientes de las tendencias. “Estamos en la cuerda floja”, lo cuenta Gustavo a manera de broma, pero reflexionando acerca de la realidad que tanto él como otros cirqueros viven, pues son diversos los retos a los que esta industria se ha enfrentado en los últimos años.
Tras 10 minutos de intermedio, la segunda parte de la función inicia con la aparición de unas grandes botargas de Pepo y Beto, quienes después de platicar y cantar, llaman a todos los niños del público para bailar juntos en la pista. Después, Antonio Rosales regresa para presentar un acto más complicado que el primero que realizó: sobre una tabla en un cilindro se balancea mientras hace malabares; la dificultad aumenta mientras más escalones se le colocan al cilindro. Con un gran aro colgante de la carpa, Alondra lleva a cabo el séptimo número de la noche, con sus acrobacias al aire, mientras una fuerte luz blanca la sigue por donde sea que el anillo siga su paso. Como acto final, Yuyo, Gasparín Jr. y Tony interpretan a un peculiar grupo norteño que interactúa con todo el público.
La función de viernes termina, la gente se retira y dentro de la carpa solo queda silencio con envolturas y papeles tirados en el piso, rastro de lo que por dos horas fue diversión. Un día más que el circo cumple, esperando que no sea un día menos.