El Secretario de Transporte de Estados Unidos, Sean Duffy, exhortó a los pasajeros de vuelos que dejen de usar pijamas para viajar. Pero la sociedad ha cambiado y la ropa es un reflejo de ello.

Pareciera que cuando Sean Duffy, pidió a los viajeros que dejen de usar sus cómodas pijamas al momento de volar en su “campaña de civilidad”, no se dio cuenta que hay mucho más que corregir en la sociedad antes de los atuendos.

El reclamo de EEUU: ¿volver al glamour o negar la realidad?

La época dorada de volar en avión cambió, porque dejó de ser algo reservado para la élite. Gracias a la creciente oferta de aerolíneas de bajo coste, dejó de ser un lujo para convertirse en una practicidad. La alta costura al momento de viajar ha sido desplazada por la practicidad.

Volar dejó de ser novedad, ahora es una experiencia cuya cotidianeidad está sumergida en el ajetreo y la practicidad. Volver a esa elegancia es tan factible como volver a los niveles de calentamiento global de hace cincuenta años. Las condiciones de vuelo no empeoraron, se volvieron asequibles e incluyentes. Volar se democratizó, el negocio de ganar más pasajeros fue prioridad para las aerolíneas. Un vuelo de Londres a Sydney costaba casi un año de salario medio estadounidense en 1960, hoy la primera clase cuesta una sola semana de trabajo.

La nostalgia por los vuelos glamorosos que ya no volverán

Esas fotografías de festines en aviones, con mujeres en vestidos, collares de perlas y tacones; caballeros trajeados fumando y sobrecargos en mini vestidos al estilo de Twiggy Lawson, muestran una época diferente, no un ideal. La nostalgia a tiempos pasados siempre está, y nuestra mente (y el internet) seleccionan lo mejor de los recuerdos, pero todo cambia, y nuestra adaptación es muestra de esos avances. Volar era un lujo, porque el servicio competía con los cruceros, no con el transporte terrestre. Los aviones no tenían asientos para la segregación racial, pero a principios de los sesenta no eran necesarios porque las minorías de color no podían costear un boleto de avión, y añade el disuasivo que los aeropuertos sí tenían segregación, pues estuvo activa hasta 1964.

La gente ha dejado de prestar atención al detalle del buen vestir no solamente para viajar: usan pijama para ir al súper, para hacer home office, para llevar a los niños a la escuela, o salir rápido. Además hace cincuenta años no había fast fashion, ni un hiperconsumismo que hiciera la ropa desechable, la que la mayoría de la gente usa por asequibilidad y practicidad.

En primera clase los pasajeros tienen mucho más espacio, pero exigirle priorizar su apariencia a un pasajero de clase turista en un vuelo de bajo coste donde con suerte tiene suficiente espacio para mover las piernas de modo que no llegue entumecido a su destino, es carente de sentido común.

Espacio reducido en los aviones y nuevas generaciones: imposible vestir igual

Muchos migrantes que en esa época llegaban por otros medios, ahora son clave para el negocio de las aerolíneas. Rutas diarias entre ciudades estadounidenses o canadienses y Delhi, Manila o Jakarta, tienen una mayoría de población asiática que visita a la familia en casa, y muchos son la primera generación en salir de su país. No conocen ese glamour al volar y mucho menos priorizan el estilo al momento de abordar un vuelo.

Aunque se viaje en primera clase, en un vuelo de quince horas son pocas las opciones para estar cómodo y que no se nos corte la circulación a las piernas. Los pies se hinchan Duffy está pidiendo vestir igual en un espacio que no le da la misma libertad de movimiento a los pasajeros, donde se han integrado clases sociales diversas, generaciones que no crecieron con la idea de personalizar y confeccionar a la medida su ropa. Volver a la costumbre en una sociedad y un espacio que ya no existe.