En agosto, Bolivia conmemora 200 años de vida independiente, un hito histórico que encuentra al país en una de sus crisis más complejas. Lejos de una celebración, la nación andina se dirige a las elecciones el próximo 17 de agosto de 2025, sumida en su peor crisis económica en décadas y con un profundo sentimiento de rechazo y decepción hacia su clase política.

Las calles de La Paz (sede de gobierno) y otras ciudades reflejan la fractura: filas interminables para conseguir diésel, un mercado negro de dólares que duplica la tasa oficial y una ciudadanía que, según las encuestas, desconfía de todos los candidatos. La elección presidencial no es una fiesta democrática, sino una búsqueda desesperada por un liderazgo capaz de sacar al país de la tormenta, en un escenario donde los indecisos y el voto en blanco podrían definir el futuro.

La economía del espejismo: sin dólares y sin diésel

La vida cotidiana de los bolivianos se ha convertido en un ejercicio de supervivencia económica. El problema central es la escasez de dólares estadounidenses, una crisis que se ha agudizado en los últimos dos años debido a la drástica caída de los ingresos por la exportación de gas y la falta de nuevas inversiones.

Mientras el tipo de cambio oficial se mantiene artificialmente cerca de los 7 bolivianos por dólar, en el mercado paralelo, el único accesible para muchos, el billete verde se cotiza entre 12 y 14 bolivianos. Esta brecha ha destrozado el poder adquisitivo y ha hecho casi imposible la importación de insumos básicos.

La consecuencia más visible es el desabasto de diésel y gasolina. Con la petrolera estatal YPFB importando la mayor parte de los combustibles que se consumen, la falta de divisas ha estrangulado el suministro. Las filas de más de 50 vehículos en las estaciones de servicio son un paisaje habitual, paralizando el transporte y encareciendo los alimentos. La situación financiera es tan grave que el índice de “riesgo país” de JP Morgan sitúa a Bolivia en 1.490 puntos, solo superado por Venezuela en la región, una señal inequívoca para los inversores de que prestarle dinero al país es una apuesta de altísimo riesgo.

Una derecha favorita y una izquierda fracturada

En este contexto de crisis, la oposición de derecha parece tener el camino despejado, al menos en las encuestas. Dos figuras veteranas lideran la intención de voto: el exministro Samuel Doria Medina, con un 21.8%, y el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga, con un 20.7%.

Ambos capitalizan el descontento con la gestión económica del gobierno actual. Les sigue, con un 10%, el alcalde de Cochabamba, Manfred Reyes Villa, consolidando un bloque conservador que, de sumar fuerzas en una eventual segunda vuelta, podría hacerse con el poder.

Mientras tanto, la izquierda, representada por el gobernante Movimiento al Socialismo (MAS), llega a la elección completamente fracturada. La pugna interna entre el presidente saliente, Luis Arce, y el exmandatario Evo Morales ha dividido al partido. El candidato mejor posicionado del MAS es el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, quien apenas alcanza un 8.2% en las encuestas. Los insistentes llamados a la unidad de Arce han sido inútiles, y la fragmentación de la izquierda parece confirmar el camino para un cambio de rumbo político en el país.

El poder de los indecisos y el voto en blanco

A pesar de la ventaja de la derecha en los sondeos, el resultado está lejos de estar escrito. El factor más impredecible de esta elección es el profundo escepticismo de la ciudadanía. Según la consultora Control Risks, “los votantes no confían en los candidatos”. Las encuestas revelan que todos los aspirantes principales tienen índices de desaprobación más altos que los de aprobación.

Esta desconexión se traduce en un enorme bolsón de indecisos, que roza un tercio del electorado, y una alarmante intención de voto en blanco, que alcanza el 14.7%. Este electorado, hastiado por la corrupción y las promesas incumplidas, será el verdadero árbitro de la elección. Su decisión de última hora, o su abstención, podría desbaratar todos los pronósticos y forzar alianzas inesperadas de cara a una casi segura segunda vuelta el 19 de octubre.

Los debates: la última arena antes de la primera vuelta

En un intento por romper la apatía y captar la atención de los indecisos, los debates presidenciales organizados por el Órgano Electoral Plurinacional (OEP) se han vuelto cruciales. Tras un primer encuentro en Santa Cruz el 1 de agosto, los candidatos se verán las caras por última vez el 12 de agosto en La Paz.

Estos eventos, organizados en conjunto con empresarios (CEPB) y periodistas (ANPB), son la última gran plataforma para que los candidatos presenten sus propuestas para enfrentar la crisis económica. Para los líderes de la derecha, son la oportunidad de consolidar su ventaja. Para la izquierda, representan una última y desesperada oportunidad de demostrar que tienen un plan viable y de reconectar con un electorado que les ha dado la espalda.

En su bicentenario, Bolivia no elige un presidente, sino que busca un salvavidas en medio de la tormenta.