La escena es clásica: alguien se siente mal, medio apachurrado, y la abuela ya sacó el huevo del refri. Lo pasa por todo el cuerpo, lo rompe en un vaso con agua y... ahí está: burbujas, hilos blancos, y a veces hasta manchitas rojas. Muchos lo atribuyen al famoso “mal de ojo”, pero resulta que todo eso que aparece después del ritual no tiene nada de místico: es pura ciencia.
¿Por qué se forman esas hebras blancas al romper el huevo en agua?
Lo que ves son hebras que salen de la clara, como si algo se hubiera “jalado” desde tu cuerpo, pero no es magia negra ni energía negativa.
Es ovoalbúmina, una proteína que vive dentro del huevo. Cuando lo frotas varios minutos contra la piel, se genera calor por la fricción (como cuando te sobas rápido las manos).
Ese calor comienza a descomponer la proteína y, al romper el huevo en agua, aparecen esas estructuras alargadas. Es lo mismo que pasa cuando cocinas un huevo y la clara se transforma, solo que aquí es en versión sutil.
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Resulta que al mover tanto el huevo, algunas proteínas actúan como si lo estuvieras batiendo. Literal. Por eso, al caer en agua, se forman burbujitas similares a las de un merengue. No están “saliendo cosas de ti”, sino que es aire atrapado por el movimiento. Así de simple (y de bonito, la verdad).
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A veces el huevo tiene puntitos o hilos rojizos que muchos interpretan como señales de “algo fuerte que traías”. Pero en realidad son minihemorragias internas que ocurrieron cuando se formó el huevo dentro de la gallina.
Según investigadores en ciencia de los alimentos, estas manchas no indican que el huevo esté podrido o que absorbió “energía mala”: son comunes, inofensivas y no afectan su consumo.
Los huevos no solo saben riquísimos, sino que también son una fuente excelente de proteína completa y nutrientes clave como colina, vitaminas D, A y antioxidantes como luteína y zeaxantina, que, de acuerdo a HealthLine, promueven la salud muscular, cerebral y visual.