Lo que un día se hojeó en camiones y peluquerías, hoy vale miles de pesos en ferias de colección. Sí, esos cómics mexicanos que acompañaron a generaciones enteras —desde Santo, El Enmascarado de Plata hasta Kalimán o Chanoc— se han convertido en piezas de culto.
Y no es para menos: no solo traen nostalgia, también traen historia, identidad y una estética que simplemente ya no se hace.
El de Santo, por ejemplo, es un caso aparte. José G. Cruz logró algo único: ilustraciones con técnica fotográfica que parecen sacadas de una película en blanco y negro. Literalmente.
Hoy en día, un buen lote con varios números de esa colección puede venderse hasta en cinco mil pesos. Sí, cinco mil. Y eso que antes se vendían por centavos.
¿Por qué han subido tanto de valor estos cómics mexicanos?
La respuesta corta: porque ya casi no hay. La larga: el papel no perdona el tiempo, y menos si hablamos de publicaciones que salieron hace más de medio siglo y que nadie pensó en guardar.
Si encima están completos, sin hojas sueltas, sin manchas ni anotaciones de “Pedro + Lupita” en la contraportada, entonces ya estamos hablando de una joyita.

Y claro, también entra el factor emocional. Mucha gente que creció leyendo esas historias ahora quiere volver a tenerlas. No por moda, sino por amor. Y ya sabemos que cuando algo se vuelve escaso y deseado... el precio se va a las nubes.
¿Dónde se pueden conseguir estos cómics en la actualidad?
Aunque hay quienes los suben a plataformas de venta por internet, el verdadero tesoro se encuentra en las ferias de colección.
En la Ciudad de México (CDMX), lugares como el Chopo, el Bazar de Tlalpan o incluso algunos puestos de libros viejos en La Alameda todavía sorprenden con historietas bien cuidadas, y a veces hasta a buen precio si se sabe buscar.
Y lo mejor es que no solo es ir a comprar: es ir a platicar con gente que sabe, que colecciona desde hace años y que puede contarte cosas que no vienen ni en Wikipedia. Porque en esas ferias no solo se venden cómics, también se comparte memoria viva, de esa que huele a tinta vieja y a infancia en domingo.