Fue en 1879 cuando, en manos de la joven alemana Margarete Steiff, nació el primer muñeco de peluche: un pequeño elefante que daría origen a una industria que hoy transforma prácticamente cualquier figura en un objeto suave y entrañable. Un siglo después, en 1985, la manufactura del peluche llegó a México.
“Mi mamá es la primera productora de muñecos de peluche en todo el país”, cuenta Pável Ortíz, director general de Peluxitos, la empresa que dio origen a esta industria en México. “Tomó un curso de manualidades en el ayuntamiento de Xonacatlán, donde aprendió a hacer muñecos de tela. Aunque en realidad quería entrar a clases de tejido de gancho, pero ya no alcanzó lugar”.

Así comenzó todo. Nohemí Bustamante, madre de Pável, trabajaba por las mañanas como educadora y por las tardes confeccionaba muñecos de tela —entonces con cara de plástico— que vendía en papelerías de Xonacatlán, municipio del Estado de México. Su trabajo fue creciendo y pronto comenzó a vender también en Toluca y Ciudad de México. Con el aumento de la demanda, formó un pequeño equipo y su taller se convirtió en escuela para muchos. “Teníamos decoradoras, se casaban con los cortadores, hacían su propio taller… y así se fueron, hasta que hubo más de 200 talleres por todo Xonacatlán”, recuerda Pável.
Convertir a Xona en la cuna del peluche no fue sencillo. Al principio no existía materia prima suficiente; solo había material de mercería o tapicería e incluso se usaba ropa, pero poco a poco, las fábricas nacionales comenzaron a producir tela de peluche y con eso, la industria local se consolidó. Lo que empezó como un emprendimiento familiar terminó transformando a todo un pueblo.

Hoy en día, en el taller de Peluxitos, la antigua máquina de coser de la bisabuela de Pável fue reemplazada por modelos industriales capaces de producir hasta mil piezas diarias y peluches de metro y medio. No importa el modelo, puede ser desde el clásico oso de peluche hasta un trompo de carne al pastor. Como sea, el proceso sigue siendo minucioso: se elige la tela, se cortan las piezas, se bordan ojos, boca, nariz y otros rasgos que dan vida al modelo, luego se arman, se rellenan con PET tratado y finalmente se decoran y empacan. Cada peluche es tocado por manos distintas, lo que convierte a cada muñeco en una pieza única.

Y aunque la fabricación es relativamente sencilla, si de algo ha sufrido la familia Ortíz Bustamante y la industria en general, es de lidiar con el tema de personal. El problema es que con los apoyos gubernamentales, la gente quiere trabajar y si lo hace, lo hace mal. “Una de mis costureras dijo ‘vengo aquí y gano 2,500 a la semana, pero ya tengo pensiones por ser adulta mayor, por ser madre soltera y dos de mis hijos tienen su beca por ser estudiantes’. Entonces si vengo, es por hobby”, cuenta Pável, quien en los últimos años ha pasado de contratar 50 empleados a 10, por lo que ha tenido que maquilar con otros talleres, aunque eso le haga perder utilidad.

A simple vista podría pensarse que la era digital ha dejado atrás la venta de peluches, pero la realidad es otra. Internet dicta tendencias y personajes virales que se convierten en peluches casi de inmediato. La desventaja, dice Pável, es que “un día todos quieren un pez abisal y al siguiente ya no lo buscan”.
Aun así, y pese a los retos que la industria del peluche ha enfrentado, en Xonacatlán han sabido mantenerse en el mapa. Prueba de ello es el Récord Guinness que ostentan por la fabricación del osito de peluche más grande del mundo: Xonita, una osa café con vestido rosa, de seis metros de alto, doce de largo y cuatro toneladas de peso, y que fue confeccionada por 30 productores locales. Para Pável, que participó en la gestión de aquel récord, es motivo de orgullo y símbolo del espíritu que ha hecho grande a su pueblo.

¿Y por qué habiendo tantas opciones, un peluche sigue siendo un buen regalo? Pável lo explica así: “Te pueden regalar muchas cosas, pero el muñeco de peluche no deja de ser completamente artesanal; es un producto en el que entran muchas manos, a pesar de que ya es una industria”. Quizá ahí radica su encanto: detrás de cada peluche hay historia, oficio y comunidad. En Xonacatlán, cada puntada cuenta una parte de ese legado.
