El mural está pintado en el suelo de una calle en forma de escalera, pero casi nadie se da cuenta de que está ahí. Para descubrirlo hay que caminar encima de él, descender lentamente hasta llegar al ultimo escalón y voltear a verlo.
Se trata de la escalera ancha que conecta a dos avenidas de Atlixco Puebla, que vista a ojo de pájaro desdobla la imagen de dos danzantes, la china atlixquense y el charro a pie, símbolos de la fiesta mayor del Atlixcáyotl, la mas antigua de Atlixco.
Cuando vimos la fotografía, el equipo élite de FIA, integrado por Ricardo Ruiz, Esteban Sanchez y Alejandro Domínguez, nos dirigimos al encuentro del muralista para que nos revelara el origen de esta obra monumental.
Atlixco es mucho más que un pueblo mágico. La hospitalidad de su gente, su exquisita gastronomía y la memoria histórica expresada en las paredes de sus calles, lo coloca entre los sitios que uno debe conocer antes de morir.
Hicimos una breve escala para desayunar unos huevos rancheros bañados en mole poblano, justo a un costado del palacio municipal donde tendríamos la entrevista; ahí, Juan Manuel Caltenco nos recibió trepado en uno de los andamios desde el cual coloreaba una de las paredes.
Extendió con energía su mano entintada para saludarme y nos fuimos a recorrer a pie las calles de Atlixco hasta llegar a la famosa escalera ancha.
Seis horas diarias, durante 15 días y al rayo del sol fue el tiempo que invirtió Caltenco –como se hace llamar- para darle vida al mural que descansa en el borde de los escalones.
Generoso y hasta cierto punto humilde, Caltenco me insistía que la obra no era suya completamente, sino que era el resultado del trabajo de un grupo de artistas integrados en el colectivo Tlacuilo, que trabajan de la mano con él en diversas obras monumentales.
Caltenco es provocador cuando responde que todavía hay espacio en la historia del muralismo en México para nuevos Siqueiros, Orozcos y Riveras.
Todo eso discutíamos mientras el sol taladraba mi cabeza y el sudor recorria mi espalda empapando la camisa. Caltenco hablaba sin parar hasta que nos detuvimos en el portón de una casona cuyo patio estrecho se había convertido en un restaurante.
Nos ofrecieron agua de romero para amainar el calor, pero ni siquiera llenaron los vasos a la mitad, fue una probadita que se nos esfumó al contacto con la lengua. Suficiente para quitarnos la sed. Agua mágica. Luego de probar algunas delicias que iban desde el sope con chapulines hasta el tamal con mole, nos adentramos a la guarida de Caltenco en el Palacio Municipal.
Se trepó de nuevo a su andamio y por fin cerró la boca para darle voz al pincel que empezó a gritar trazos en el muro.
Siempre me ha gustado comparar el periodismo con la música y la pintura, estoy convencido de que así como cada periódico -o cada noticiero- son el testamento diario de un pueblo, lo mismo las letras de las canciones o los murales.
Así como seguimos entonando los corridos revolucionarios que narran la tragedia o la victoria, así Caltenco expone los pasajes de la historia de Atlixco, enmarcados en las paredes que verán generaciones enteras. No importa si es en un lienzo, en la pared o en unos viejos escalones .