Cifras que alarman: La realidad de ser mujer en el México actual

Para millones de mujeres en México, la vida está definida por el miedo a la violencia, la carga de un trabajo invisible y la lucha por un sueldo justo. Detrás de cada estadística hay una historia.

Un análisis junto a Carmen Correa de Pro Mujer
Los datos son abrumadores: violencia endémica, brechas económicas y exclusión sistemática. Este profundo análisis de la crisis de género en México no solo expone la cruda realidad, sino que explora por qué los líderes económicos y sociales se ven forzados a buscar una nueva hoja de ruta.|Pro Mujer - Imágenes generadas por IA para FIA

Escrito por: Rodrigo Lema

En un país que celebra el hito histórico de tener a su primera mujer presidenta, los reflectores del poder iluminan solo la figura presidencial. Sin embargo, bajo esa luz, un análisis riguroso de los datos oficiales y los indicadores sociales revela una realidad estructural mucho más sombría.

La experiencia diaria para millones de mujeres mexicanas no está definida por este avance en la cúpula del ejecutivo, sino por una serie de cifras persistentes y brutales que documentan una profunda crisis de violencia, desigualdad económica, exclusión y despojo.

Para entender la profundidad de estas barreras, es crucial escuchar no solo los datos, sino las voces de quienes, como Carmen Correa, CEO y presidenta de la organización Pro Mujer con 35 años de trabajo en la región, las analizan a diario. “Es una región muy diversa”, explica Correa en una entrevista con Fuerza Informativa Azteca (FIA).

“La realidad de una mujer urbana es muy diferente a la de una mujer en el medio rural”, una diversidad donde las brechas, lejos de cerrarse, se amplían por factores como la etnia o la discapacidad.

Un territorio hostil: violencia y miedo como cotidianidad

La estadística más grave y urgente es la de la violencia letal. En México, ser mujer es un factor de riesgo. Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) y organismos internacionales, el promedio se mantiene en una cifra alarmante: aproximadamente 9 mujeres son asesinadas cada día, en la mayoría de los casos bajo la tipificación de feminicidio.

Esta no es una violencia aleatoria; es la manifestación extrema de una misoginia aún anclada, el eslogan “Es tiempo de mujeres” queda solo como un discurso que resuena muy débil.

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) revela que más del 70% de las mujeres mayores de 15 años ha experimentado al menos un incidente de violencia a lo largo de su vida.

El último año, un 19% de ellas sufrió agresiones físicas o sexuales. Como subraya Correa, este no es solo un dato de seguridad, es un freno para el desarrollo íntegro de la persona y la sociedad. “Esta violencia limita, mejor dicho, a que las mujeres puedan seguir avanzando”, afirma.

“Lamentablemente, incide sobremanera en que no puedan salir de estos círculos y no puedan avanzar”.

El problema se agrava por una impunidad sistémica casi absoluta. Organizaciones de la sociedad civil y análisis de datos judiciales estiman que la tasa de impunidad en los casos de feminicidio supera el 90%.

Esto significa que 9 de cada 10 asesinos de mujeres no reciben una sentencia condenatoria, evidenciando que la violencia contra la mujer no tiene consecuencias legales efectivas.

Trabajo sin paga y precariedad con sueldo

La desigualdad en México tiene una base económica profunda que comienza en el hogar. El trabajo no remunerado recae desproporcionadamente sobre las mujeres.

“Las mujeres en México dedican más del doble del tiempo que los hombres a las tareas domésticas, a las tareas del cuidado”, detalla Correa a Fuerza Informativa Azteca.

Este trabajo invisible, cuantificado por el INEGI en cerca del 24% del Producto Interno Bruto (PIB) de México, es un “impuesto de tiempo” que limita su capacidad para educarse o generar ingresos.

Esta falta de oportunidades en el mercado formal empuja a un emprendimiento forzado. “El ochenta y uno por ciento de las personas que emprenden en México lo hacen porque no tienen oportunidades laborales”, explica la presidenta de Pro Mujer.

Es decir, emprenden por una necesidad. La gran mayoría no es que emprende porque encontró o identificó una oportunidad, lo hace porque requiere generar un ingreso para la familia”.

Cuando logran ingresar al mercado laboral remunerado, se enfrentan a un panorama de precariedad. La brecha salarial de género se sitúa en torno al 20% y una sobrerrepresentación en el sector informal —cerca del 58% de las trabajadoras—, sin acceso a contratos, seguridad social o pensiones.

Esto se traduce directamente en pobreza: el CONEVAL (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social) ha documentado que los hogares con jefatura femenina presentan mayores niveles de pobreza.

Excluidas del poder y la propiedad

La exclusión de las mujeres de las estructuras de poder y riqueza es otro pilar de la desigualdad. La propiedad, especialmente la tierra, sigue siendo un ámbito predominantemente masculino.

“Sólo el 16% de las mujeres en México son propietarias de tierras”, apunta Correa. “Lo cierto es que esto también limita muchas veces a que no puedan acceder a un préstamo y a que estén más limitadas para poder tomar decisiones”.

La inclusión financiera, aunque ha avanzado, mantiene una brecha significativa. La Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF) muestra que un menor porcentaje de mujeres posee una cuenta bancaria o tiene acceso a un crédito formal.

En la esfera política, el hito presidencial contrasta con la realidad en los niveles inferiores de poder, donde el porcentaje de mujeres que ocupan presidencias municipales apenas ronda el 25%.

En el sector privado, el panorama es aún más desolador: la participación de mujeres en los consejos de administración de las empresas que cotizan en la bolsa mexicana es inferior al 13%.

El cuerpo como frontera de la desigualdad

Finalmente, la autonomía corporal sigue siendo una de las deudas más profundas. Datos del sector salud revelan una cifra que la propia experta califica de alarmante. “Solo el 4% de las mujeres en México entre 15 y 49 años toman decisiones informadas sobre su salud sexual y reproductiva. Este porcentaje es bajísimo. Tenemos que cambiar esta realidad”.

Esta falta de agencia se refleja en indicadores críticos como la tasa de mortalidad materna, que es hasta tres veces mayor en comunidades indígenas y rurales que en las zonas urbanas, evidenciando cómo la desigualdad se multiplica en la intersección de género, etnia y geografía.

Mientras México celebra un logro histórico en su palacio presidencial, estas cifras y testimonios demuestran que para millones de mujeres la realidad cotidiana no ha cambiado.

La deuda con la mitad de su población no se salda con un cargo, sino con una reconfiguración estructural que los números, siguen sin reflejar.

De la radiografía a la hoja de ruta

Ante un diagnóstico tan abrumador, la inacción deja de ser una opción. Es precisamente la gravedad de estas cifras la que obliga a la articulación de nuevas estrategias.

En este contexto, espacios como el Foro GLI Latam organizado por Pro Mujer, que inicia esta semana en la Ciudad de México, se convierten en un punto de encuentro crucial, un cónclave estratégico que reúne a los actores con el poder de movilizar capital, inversionistas, corporaciones, filántropos para confrontar directamente estos problemas.

La conversación en estos círculos busca traducir la crisis en una tesis de inversión, argumentando que la solución a muchas de estas brechas yace en la financiación deliberada de proyectos liderados por y para mujeres.

Es un intento de construir una agenda de acción. Como resume Correa sobre el propósito de este tipo de encuentros, “realmente es un evento que nos va a permitir cocrear, llamar a la acción y definir cuáles son esas acciones que cada uno, desde el lugar que ocupa, puede implementar para generar un cambio”.

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