Un hombre entra a una iglesia. Parece un feligrés más, pero no lo es. Va armado y no viene solo; junto a él, una niña de no más de 10 años, su hija.

Mientras él amenaza con un arma, ella recoge celulares, carteras y el dinero de los fieles. Sí, un asalto en una iglesia. La escena parece sacada de una película, pero no es ficción. Pasó en la vida real en una iglesia de Coatzacoalcos, México.

Esto no es solo un crimen, es una señal de alarma de un país donde cada vez es más común ver a niños delincuentes. Hay que castigar el delito, pero también hay que preguntarnos: ¿qué tiene que pasar en una familia y en un país para que un padre y su hija terminen asaltando una iglesia? ¿Qué clase de heridas, carencias o abandono empujan a un adulto a involucrar a una niña en un delito? ¿Qué tan roto tiene que estar un país para que esto sea una opción?

Asalto en capilla de adoración utiliza a menor de cómplice

Según el testimonio de los feligreses, el asaltante y la niña ingresaron al templo simulando ser parte del acto religioso, lo que les permitió pasar desapercibidos. Sin embargo, en un giro inesperado, el sujeto sacó un arma de fuego y amenazó a los presentes. Mientras tanto, la menor, actuando como su cómplice, se encargó de recolectar las pertenencias de las víctimas, incluyendo carteras, teléfonos celulares y dinero en efectivo.

Hasta el momento, no se ha revelado el monto exacto de lo robado, y se desconoce si las autoridades eclesiásticas de la parroquia han presentado la denuncia correspondiente ante la Fiscalía. A pesar de esto, el incidente subraya una problemática social que trasciende el robo: la vulnerabilidad de los espacios religiosos y el preocupante fenómeno de la delincuencia juvenil organizada.