Para la psicología, la afición al futbol (algo que se conoce muy bien con los equipos de México) representa una forma profunda de identidad colectiva, donde lo emocional se mezcla con lo social y lo simbólico. La asistencia masiva a partidos no solo responde al gusto por un deporte. Según investigaciones en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con el amor por el futbol se configura un fenómeno llamado desindividualización, algo clave para los psicólogos. Al formar parte de un grupo, el individuo asume comportamientos distintos, pues siente que la responsabilidad se diluye entre todos. Y en cuanto a lo químico del cerebro, este deporte provoca una descarga de dopamina y oxitocina.
¿Qué revela la psicología sobre la afición al futbol?
El aficionado busca formar parte de una comunidad, según UNAM . No basta con seguir a un equipo; es fundamental que la misma tribuna lo reconozca como miembro. Ponerse la playera, portar los colores o gritar una consigna crea un lazo simbólico con los demás. Los vínculos que se establecen no son casuales. Se trata de identidades adquiridas a lo largo del desarrollo, similares a las que se forman con una religión, ideología o núcleo familiar. En el caso del futbol, esto se refleja en frases como “ganamos” o “perdimos”, aunque no se haya tocado el balón.

Durante los partidos de la Selección Nacional, este fenómeno de la psicología y el futbol se intensifica. La pertenencia se eleva a una escala nacional. El triunfo del equipo representa una validación cultural y hasta histórica, como cuando México vence a selecciones de países económicamente poderosos. En el corazón de cada estadio, miles de personas comparten un sentimiento que va más allá del simple entretenimiento.
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¿Por qué el futbol genera placer, sufrimiento e incluso violencia?
Desde la perspectiva del cerebro, ganar un partido provoca una descarga de dopamina y oxitocina. Estas sustancias generan sensaciones placenteras similares a las provocadas por ciertas drogas. Por eso, gritar un gol se vive con intensidad física y emocional. El efecto contrario ocurre con la derrota. El aficionado sufre porque la caída del equipo se percibe como una pérdida personal. Esta frustración, si no se canaliza adecuadamente, puede derivar en violencia.
A través del deporte, muchos canalizan emociones que en otros ámbitos no se atreven a expresar. El campo sustituye espacios de participación política o crítica social, permitiendo una especie de catarsis colectiva. Cuando la una caída golpea, el sentido de comunidad no desaparece. Al contrario, el dolor compartido fortalece el lazo entre quienes siguen al mismo club. Incluso, en casos prolongados como la falta de títulos, se crea una conexión basada en la resistencia común.